"La confrontación final provocó una verdadera conmoción en ambas márgenes del Plata. La mañana del 30 de julio amaneció nublada, con las calles de Montevideo recorridas por millares de argentinos que habían cruzado el río por todos los medios. Alrededor de 10.000 fueron los aficionados de nuestro país que viajaron a la capital uruguaya. El fútbol rioplatense era el mejor del mundo y en alguna de las dos orillas quedaría el trofeo. El clima era de fervor, de nerviosismo. Uruguay tenía los títulos olímpicos pero Argentina una fama sin par que la erigió en favorita. La gran final se jugaría ante 80.000 privilegiados espectadores. Cuando los dos equipos hicieron su entrada en una cancha pesada por la lluvia caída en la noche anterior, una verdadera multitud enronqueció de entusiasmo. Eran las 14.10. Hubo un intercambio de ramos florales y hurras de los veintidós jugadores frente a la tribuna olímpica."
Desde 1893 hasta 1981 Toda la Historia de la Selección Argentina (AAVV - Ediciones GAM - Buenos Aires - 1981)
¿Premonición o fija?: Nazassi y Paternoster en 1929 (gottfriedfuchs.blogspot.com)
Francisco Varallo, momentos antes de la Final (El Gráfico)
"La final: Uruguay salva 'su' Mundial
La final Uruguay-Argentina -reedición de la de los Juegos Olímpicos de Amsterdam dos años antes, que habían ganado los uruguayos- fue la que todo el Río de la Plata esperaba desde el momento en que Montevideo asumió la organización de la Copa. Decenas de miles de espectadores abarrotaban los amplios graderíos del estadio Centenario el 30 de julio, día de esta cita culminante del fútbol mundial. Entre ellos se incluían 15.000 argentinos de los 30.000 que habían desembarcado en Montevideo, tras cruzar el río en multitud de embarcaciones de todo tipo, y habían invadido las tranquilas calles de la capital gritando ¡Argentina, sí! ¡Uruguay, no! y ¡Victoria o muerte!, entre otros slogans.
Curiosidades en torno a la final
Varios accidentes tragicómicos marcaron aquellas 'patrióticas' travesías del Río de la Plata. Algunas embarcaciones tuvieron que detenerse en plena noche debido a la niebla y cuando llegaron a los muelles el partido ya había terminado. Por otro lado, la mayoría de los espectadores argentinos llegaron al estadio afónicos y ateridos, debido a los gritos y a la travesía nocturna en barco, después de haber sido cacheados por los aduaneros y policías que tenían la orden de que 'ni un solo revólver argentino debe entrar en Uruguay'
Para que la mayoría de los aficionados argentinos pudiera cruzar el Río de la Plata durante la noche previa a la final, Argentina había solicitado embarcaciones al gobierno de Uruguay, aunque éste, a la hora de la verdad, solo puso diez a su disposición; como el número era insuficiente, los aficionados solicitaron más y el gobierno argentino tuvo que esforzarse en encontrar el mayor número posible para que un buen contingente de compatriotas pudiera animar a su selección en el partido decisivo.
Para que la mayoría de los aficionados argentinos pudiera cruzar el Río de la Plata durante la noche previa a la final, Argentina había solicitado embarcaciones al gobierno de Uruguay, aunque éste, a la hora de la verdad, solo puso diez a su disposición; como el número era insuficiente, los aficionados solicitaron más y el gobierno argentino tuvo que esforzarse en encontrar el mayor número posible para que un buen contingente de compatriotas pudiera animar a su selección en el partido decisivo.
El seleccionado argentino inspecciona el campo de juego minutos antes del inicio del partido
Salen al campo los celestes. Entre Nazassi y el Negro Andrade la distancia que corresponde al capitán.
Era un equipo con un alma ganadora sin igual en la historia.
(Los Mundiales de Fútbol y la Copa '82)
La Selección, formada antes del comienzo de la final . Los albicelestes tenían superabundancia de cracks.
(ABC de los Mundiales - Olé - 2002)
(Los Mundiales de Fútbol y la Copa '82)
Esta situación aconsejó al árbitro de la final, el afamado colegiado belga John Langenus, que ejercía también como periodista en el semanario alemán Kicker, exigir precauciones policiales excepcionales, justificadas por el nerviosismo de la masa, que tomó al asalto el estadio, y por la controversia suscitada por los argentinos a propósito de la elección del balón. Resulta que cada equipo quería jugar la final con su propio balón, aduciendo Uruguay como argumento de peso que el encuentro se jugaba en terreno propio y por lo tanto era lógico que la pelota también fuera propia. John Langenus resolvió las diferencias penetrando en el terreno de juego con un balón de cada equipo y decidiendo, mediante el lanzamiento de una moneda al aire, cúal era la pelota con que se jugaría. La suerte favoreció a los argentinos.
Hay que precisar, finalmente, que Langenus no fue autorizado a dirigir la final hasta el mediodía, tres horas antes de empezar el partido, después de que una delegación de dirigentes europeos hubiera obtenido garantías de los organizadores sobre su seguridad personal. Después de jugarse la final sin que su integridad física peligrara en ningún momento, el árbitro belga salió del estadio protegido por la policía y se hizo llevar al puerto para embarcar en le transatlántico Duilio de regreso a Europa."
Enciclopedia Mundial del Fútbol (AAVV - Océano/Viscontea - Barcelona - 1981)
La Selección, formada antes del comienzo de la final . Los albicelestes tenían superabundancia de cracks.
(ABC de los Mundiales - Olé - 2002)
"A ambos lados del río, la temperatura fue creciendo a partir de la tarde del domingo en la que se conoció definitivamente lo que todo el mundo sospechaba: el nombre de los dos finalistas.
La ciudad de Buenos Aires atravesaba un período particular de su historia. Estaba en la fase final del gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen*, la oposición se había lanzado a la conquista del poder y chocaba todos los días con los partidarios del gobierno: la ciudad vivía prácticamente en las calles, en un clima agresivo, cantando vivas y mueras dedicados al adversario.
El Mundial vino a interrumpir la euforia política y a unificar de golpe todos los pareceres. Ahora el enemigo era fácil de identificar, llevaba casaca celeste y habitaba muy cerca; el cruce tomaba menos de una noche de barco. Además, ni el gobierno ni la oposición estaban dispuestos a permitir que la otra parte capitalizara el éxito en caso de sobrevenir. En cuanto a la derrota, siempre es huérfana.
Los recuerdos del árbitro Langenus, que aprovechó los tres días que tenía disponibles entre la semifinal y la final para conocer Buenos Aires, son muy representativos del momento. El belga de los pantalones de ciclista dice que lo asombró encontrarse con una ciudad que parecía no tener otra ocupación que desfilar por las calles con carteles con vivas a la Argentina y expresiones negativas hacia los uruguayos. Sus pocos conocimientos del idioma le bastaron para comprender el sentido de los cánticos y las páginas que ocupaban todos los diarios, especialmente los vespertinos, con tiradas que parecían proclamas antes que meras crónicas deportivas.
Los telegramas de los periodistas, y los mismos ejemplares de las publicaciones argentinas que por las noches transportaba el barco de la carrera hacían que todos estos hechos fueran conocidos en Montevideo, donde servían para alimentar un sentimiento adverso que no necesitaba de demasiadas excusas para exteriorizarse agresivamente.
Las protestas de los delegados argentinos ante lo que consideraban gestos inamistosos no hacían sino reforzar el convencimiento de que solo estaban buscando excusas para el caso nada improbable de una derrota en el campo de juego. Muchos uruguayos comprendieron que la guerra psicológica que estaban desarrollando comenzaba a arrojar sus frutos. Entre todos colaboraban para dar inicio a una leyenda negra que consumiría mares de tinta durante los años posteriores, pero que en realidad nunca alcanzó a separar debidamente dos mundos: el del juego en sí y el del ambiente, que en los hechos tuvieron muy pocos puntos de contacto, todos ellos motivados por errores de los encargados de conducir a los equipos y no de los mismos protagonistas.
En realidad, la primera Copa del Mundo de fútbol se definió en el campo de juego, y a lo largo de todo el torneo no se registraron más episodios anormales que en cualquiera de los torneos posteriores. Posiblemente menos. El resto pudo haber sido desagradable, violento -aunque mucho menos de lo que se dijo- áspero, y trajo a luz mucha de las cosas que jamás pueden estar relacionadas con el deporte, ni siquiera de lejos. Pero de ninguna manera empaña la legitimidad de una conquista y de una competencia que fue el digno primer capítulo de una historia gloriosa.
* Ese mismo año Yrigoyen fue víctima de un golpe militar (el primero en la historia argentina), dando lugar a la llamada "Década Infame". Nadie imaginaba que las dictaduras se mantendrían vivas durante algo más de 50 años, alternadas con algunos gobiernos democráticos pero en menor proporción. Aquel momento fue el inicio de medio siglo con mucho momentos de tragedia para los argentinos...
José Nazassi y Nolo Ferreira: saludos entre capitanes previos al gran match (¿Fuentes?)
(...) Luis Monti se había apersonado al presidente de la delegación y a Francisco Olázar, el director del equipo, para informarles que había decidido definitivamente no salir a la disputa de la final. La campaña de amenazas anónimas se habían redoblado, a pesar de que una especie de comité de censura trataba de interferir la correspondencia y los llamados que llegaban al corpulento centrehalf argentino. Pero Monti no necesitaba de más evidencias concretas para sentir el ambiente que se había formado a su alrededor. Con toda honestidad, sentía que en esas condiciones no podía ser útil a su equipo, por lo menos en la medida en que podía serlo en circunstancias normales.
Todos sabían que Monti no tenía suplente posible. Zumelzú estaba más allá de toda posibilidad de recuperación. Podía llegar a utilizarse un compañero de equipo de Monti en San Lorenzo, Chividini, pero ya hacía tiempo que había dejado su lugar en el centro de la línea media precisamente en manos de quien provocaba todas las dudas, y no parecía tener una envergadura de la dimensión del compromiso.
Medio día tardaron los dirigentes llegados especialmente de Buenos Aires para convencerlo a Monti de desistir de su actitud. Quizás lo hizo para no tener que oir más los mismos argumentos, expuestos en todos los tonos. El más fuerte de todos, que volvía como una obsesión, era 'que nadie piense que Monti es un flojo'.
Y cuando finalmente le arrancaron el sí, llegó la segunda parte, casi completamente contradictoria con la primera. Porque una vez que Monti aceptó su inclusión, había que convencerlo nuevamente para que no jugara al estilo Monti, que no provocara el menor incidente, ni siquiera rozara a sus adversarios, 'porque entonces sí nos matan a todos'. Realmente, no puede culparse al jugador de haberse convertido en un mar de indecisiones cuyas consecuencias pagaría en el partido y de las cuales los uruguayos sacarían provecho.
Selección de Uruguay (worldcupbrazil.net)
El caso de Monti no era el único que evidenciaba una desorganización alarmante en el campo argentino. Quizás peor, por los argumentos que se utilizaron, fue el de Francisco Varallo, un popular goleador al que apodaban 'El Cañoncito'.
Varallo, un joven delantero con muy buen olfato de gol, había jugado en los primeros encuentros aceptablemente, pero una lesión sufrida en el partido frente a Chile había obligado a suplantarlo en la semifinal contra Estados Unidos. La tarea había estado a cargo de Alejandro Scopelli, un elemento que demostró siempre su gran capacidad como jugador y como técnica dentro y fuera de la Argentina. No solamente era Scopelli un excelente delantero por méritos propios, sino que ademas armonizaba perfectamente con el otro interior, Manuel Ferreira, con quien compartía el mismo club: Estudiantes de La Plata. Con Guillermo Stábile en el centro, el trío central del ataque argentino alcanzó una armonía que no había demostrado en los encuentros anteriores.
Sin embargo, se insistió en agotar las posibilidades de incluir a Varallo. Se argumentó que se habían vendido mil quinientas entradas a simpatizantes personales de 'Cañoncito', que harían el sacrificio de llegar a Montevideo solo por el placer de verlo en una final del mundo. Aquí no se trataba de que no hubiera suplente, sino solo de un capricho.
La tarde anterior a la final, Varallo se la pasó dando puntapiés a una pelota contra la pared, para que los dirigentes pudieran convencerse a sí mismos de que no tenía nada y podía jugar. Y así fue como se lo designó en el equipo. Después del partido se dijo que en el primer encontronazo el uruguayo Lorenzo Fernández lo dejó en una pierna, pero la sospecha más fundamentada es la de que entró lesionado. Lo cierto es que fue solamente una presencia decorativa.
A pesar de lo comentado en los textos anteriores y posteriores,
otras fuentes aseguran que se utilizaron dos balones:
Durante el primer tiempo una pelota argentina de tiento (1) ,
con la que el equipo de Stábile se retiró vencedor al entretiempo.
Luego, en la segunda parte, los uruguayos utilizaron su modelo
-algo más grande y firme- con el que lograron finalmente
imponerse por 4 a 2. (imágenes: tecnocgh.blogspot.com).
En el campo uruguayo también hubo una renuncia, totalmente inesperada, pero demostrando una cordura mucho mayor los celestes la aceptaron sin chistar, a pesar de perder a uno de sus valores fuundamentales. Peregrino Anselmo, el habilísimo centrodelantero, dijo que no se sentía en estado de ánimo para jugar. José Nasazzi, el capitán indiscutido, fue terminante: 'El que no quiere jugar, no juega'. Y punto. No importaba que Petrone, el otro centrodelantero, se encontrara fuera de condiciones físicas. Y aunque no era su lugar habitual, fue el 'Manco' Castro el que tuvo la responsabilidad de dirigir el ataque, junto a Scarone y Cea. Fue una elección realmente afortunada. Porque quizás el jugador que más influyó en el resultado del partido histórico del 30 de julio de 1930 fue Héctor Castro.
La serenidad uruguaya era mucho mayor. No en vano allí se encontraban los héroes de dos finales olímpicas, cuando eran perfectos desconocidos. Ahora, entre los suyos, estaban seguros de ganar.
La niebla empezó a cubrir todo a la caída del sol, precisamente a la hora en que los buques contratados se aprestaban a dejar el puerto de Buenos Aires. La luz de los faroles iluminaba confusamente a la multitud que pugnaba por subir a bordo. Sonaban las sirenas, pero los capitanes no recibían el permiso de salida de las autoridades del puerto. Los que estaban sobre cubierta intercambiaban gritos de aliento con los que llenaban los muelles. Finalmente, llegó la ansiada orden de partida. Uno por uno fueron abandonando el muelle. Pero penas llegados al canal exterior, tuvieron que echar el ancla a la espera de una mejora en las condiciones del tiempo. La bruma impedía seguir el camino que las boyas marcan en el medio de los traicioneros bancos de arena del Río de La Plata.
Mientras tanto, los dirigentes de la FIFA comenzaron a asustarse ante el pasionismo que rodeaba al encuentro. Para evitar una posible causa de desbordes, solicitaron a las autoridades locales que disminuyera en un diez por ciento el número de localidades ofrecidas al público. El nombramiento del árbitro Langenus le fue comunicado al interesado abordo del barco que lo había traído de vuelta de Buenos Aires la noche anterior, como si se tratara de la fecha de ejecución de su condena a muerte. El belga recibió la noticia con sorprendente frialdad: 'Ustedes exageran', les dijo. 'Esto no es la guerra, es un partido de fútbol'.
para evitar las exteriorizaciones del público que colmaba el estadio
(Los Mundiales de Fútbol y la Copa '82)
A las dos y diez de la tarde salieron los dos equipos al campo de juego, simultáneamente, para ahogar la posibilidad de un reparto desequilibrado de aplausos y silbidos. Los jugadores uruguayos estaban molestos por todo el ambiente que se había creado alrededor del partido. 'Para ganar no necesitamos de las cartas anónimas ni de los insultos de la tribuna'. , habían declarado públicamente. La actitud generalizada les parecía que implicaba una desconfianza en sus capacidades para imponerse en base a méritos deportivos que ya habían sido probados de sobra.
Sin embargo, en los juegos de astucia, a los argentinos les había tocado comprobar una nueva: les adjudicaron un vestuario cuyo acceso les obligaba a recorrer la tribuna llena de fanáticos. Lo que oyeron durante ese trayecto es fácil de imaginar. Pero cuando salieron al terreno, todo estaba olvidado. Solo quedaban en el campo veintidós hombres , un árbitro y un balón.
Mejor dicho, dos balones. Los uruguayos habían salido llevando una pelota de fabricación uruguaya. Los argentinos, otra de fabricación argentina. Los detalles que separaban a una de la otra se han perdido en la niebla de los tiempos. Pero los dos capitanes, José Nasazzi y Nolo Ferreira, insistieron con tanta cortesía como firmeza que solo jugarían con su propio balón. El señor Langenus se quedó meditando un instante, mientras todo el mundo a su alrededor gesticulaba y argumentaba. Finalmente, llegó a la conclusión de que si llevaba una moneda para sortear la elección de las vallas, bien podía utilizarse también para decidir con cual se jugaría. Queda para la historia que la Argentina ganó ese sorteo, pero no el partido, lo que prueba la futilidad de la cuestión."
Los Mundiales de Fútbol y la Copa '82
El árbitro belga John Langenus con la pelota en su mano antes del comienzo del encuentro final
(Fotografía de Bob Thomas/Popperfoto/Getty Images-www.fifa.com)
¡Y ya comienza el gran match!...
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